lunes, 20 de junio de 2011

Ciudad diseñada



Decidí volver caminando. No hacía frío ni demasiado calor, y no tenía apuro en llegar a casa, por cierto. Es extraño cómo cambia la gente en la calle cuando uno no va apurado: Dejan de ser esas personas decorativas que toda buena cuidad necesita para ser recordada como tal. Y las calles, los edificios, los autos, todo tiene mayor consistencia, como si vieras las cosas más en foco, o como si los detalles saltaran de pronto a un primer plano. Siempre me llama la atención que casi todo lo que veo está diseñado; imagino las charlas con sus mujeres de los creadores de los canteros que rodean a los arbolitos en las calles céntricas, a los que pasaron horas pensando en la terminación de las manijas de bronce de las puertas, días imaginando el dibujo de las baldosas de las veredas, de los barrotes de los balcones, de los hombrecitos de los semáforos para peatones (o caminantes, prefiero), siento algo de vértigo al voltear la vista en cualquier dirección jugando a encontrar algo no diseñado… y perder. Ni que hablar de los carteles publicitarios, obviamente, y de los nombres de los locales: pocas cosas me provocan más tristeza y ternura a la vez que imaginar a los dueños y dueñas de los negocios a inaugurar, tirando nombres en voz alta con la mirada al cielo. O al techo.

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